martes, 4 de noviembre de 2014

Alma de niño



A mis seis años tenía una amiga que se llamaba Miriam. A Miriam le encantaba jugar en el jardín o en la calle, siempre estábamos trepando a los árboles o haciendo agujeros en la tierra. Ella vivía en la parte de arriba de la casa de su abuela, y esa casa tenía un garaje con un altillo donde había muchas cosas guardadas en cajas. Yo adoraba jugar en el altillo, disfrazarnos, revisar todo y sobretodo, los libros. Allí había muchos libros. Una tarde encontré un libro forrado con papel plateado. Cuando lo abrí vi un dibujo de una serpiente que se había comido a un elefante. Le dije a Miriam si me podía llevar el libro a casa para leerlo y fuimos a preguntarle a su abuela si me lo prestaba; la abuela de Miriam, Doña Paca, me miró y sonrió…Sí- dijo sonriendo, llévalo. El libro era “El principito” Así aprendí que las serpientes que se comen a sus presas enteras se llaman BOAS; y que las personas mayores necesitan muchas explicaciones para entenderte. En Navidad le pedí a Papá Noel un ejemplar del Principito. No me lo trajo. Ni al año siguiente, ni al otro año ni al siguiente. Así es que decidí ahorrar para comprármelo yo. Pregunté en la librería si lo tenían y cuanto costaba. Ahorré mis monedas y tuve que volver varias veces, porque cuando juntaba el dinero ya había subido el precio. La economía nunca fue muy estable en Argentina…Casi un año después conseguí mi ejemplar.


Nunca estuve mucho tiempo sin un ejemplar del principito. Aquel primer libro, el primer libro que compré, ya no lo tengo. Lo regalé a un chico de mi barrio al que quise mucho y que no he vuelto a ver desde que me fui con 12 años de allí.


Creo que siempre hay almas de niño que se quedan atrapadas en cuerpos de adultos, que tienen que dar muchas explicaciones a los demás adultos para que los acepten en la sociedad. Nos disfrazamos de adultos porque está mal visto ser niño, y digo ser niño de alma, no hacer el tonto para salir en la tele; Ver y oír las cosas como niños, explicar una sola vez y que te entiendan o discrepen, y sentir que lo que tienes que decir lo escucha alguien con su alma de niño.